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Aire

Mientras inspirabas profundo, no sin cierta incertidumbre, te diste cuenta que eras una célula de este cuerpo colectivo. Que tus tormentas atravesadas, eran las de todos y todas. Que el aire que exhalabas, daba vida o la quitaba. Te diste cuenta que una célula puede mantener con vida a muchas otras, o llevárselas consigo. Entendiste que una célula aislada no es un cuerpo, pero que éste depende vitalmente de cada una de ellas. Entonces inspiraste hondo, hasta sentir el aroma de la tierra, y llenaste el espacio que te rodeaba de todo el amor del que fuiste capaz.

Estadísticas

Otra vez en la sala de esperas, pero esta vez venía con la sentencia quemando cual yerra, mi mano y mi alma, con una fecha certera de vencimiento e indecibles sufrimientos. El televisor encendido en la sala pretendía, hipócritamente, distraer a un montón de ausentes, mientras el doctor confirmaba una a una las sentencias. Cuando logré prestar atención, el canal de noticias vociferaba las estadísticas fúnebres de una pandemia de miedo, y ahí, en el relámpago que duró mi indignación por la falta de sensibilidad de la secretaria, comprendí que yo no estaba en esa estadística, yo aún estaba viva.

MTL

Confianza

A veces puede tocarte estar dentro de alguna minoría, ese pequeño grupo que molesta por ser diferente. Simplemente molesta porque requiere de ambos lados, una predisposición espiritual a trascender eso que nos diferencia para encontrar eso que nos une, requiere que ambos lados se involucren. Las minorías marcan que aún queda mucho trabajo por hacer como colectivo.

Involucrarse es una palabra que en esta sociedad apurada e individualista genera miedo e incomodidad. La gente se siente desbordada por ritmos de vida encubiertamente esclavistas, y su instinto de supervivencia maltrecho le dice que no se involucre, que eso lleva tiempo, que el problema es del otro, que bastante tiene con lo propio (y así es sin duda, sin ironías). Encontrando una y otra vez la manera de justificarnos (a nosotros/as/es mismos/as/es), el por qué no podemos hacer nada por el otro/a/e.

Entonces, las personas en esas minorías se ven segregadas y discriminadas, no por acciones violentas evidentes (por demás repudiables), sino por la desidia sistemática y diaria con la que todas las personas, en mayor o menor medida, nos manejamos, producto de esta sociedad desmembrada. Reconocer la existencia de esa minoría no es aceptarla; aceptarla implica entender qué parte me toca a mí y mis acciones, en esa forma de existir.

Por eso, cuando nos encontramos con alguien «diferente» nos incomoda (en el mejor de los casos, si no estamos demasiado alienados). Sutilmente tal vez, pero ese no saber qué hacer, ese nerviosismo, altera un poco el alma (y eso es bueno). Incomoda porque me marca que soy importante para ese/a/x otro/a/e diferente, que ese alguien de algún modo necesita de mi. También incomoda al que está del otro lado, al que simplemente no quisiera necesitar de nadie para existir, pero afortunadamente si lo necesita. Y digo afortunadamente, porque entiendo que es algo sobre lo que progresar para llegar a un mejor lugar.

Las personas en las minorías tenemos dos opciones, reflejar la violencia, la frustración, la tristeza y el enojo que sentimos cuando nos segregan, nos olvidan, nos ignoran diariamente . O bien, respirar muy profundo y desde la compasión y el amor, pero con firmeza y sin recluirnos, transmitir aquello que nos hace mal, nos duele y nos entristece, comprendiendo que «el problema no es del otro», es de ambos. Que quien no siente nuestro dolor tiene tantos o más dolores que yo.

Agradezco enormemente a las personas que se acercan, te preguntan, se informan, se esfuerzan, porque eso no es otra cosa que amor y el amor se agradece. Pido perdón a los que discrimino, segrego a través de mi ignorancia, hay momentos (tal vez aún demasiados) en los que salimos de nuestra minoría y nos volvemos mayoría, perdón, estamos aprendiendo.

MTL

Bals del jenga

Siento a la postmodernidad como un banquito con patas flojas. Más bien me imagino una tabla apoyada sobre unos troncos viejos, robustos. Las irregularidades de la tabla curvada por la intemperie y, los años que oxidaron los clavos de la estructura, nos dejan a todos (los que nos habíamos subido) bailando obligados arriba de una tabla. Hay momentos que pienso en bajarme y ajustar algún clavo, pero no, sigo arriba haciendo equilibrio. Los troncos resisten pero más de uno los quiere hacer leña.

Ahora bien, cuando la tabla floja te hace tensar los dedos de los pies en garra, abrís los brazos, te arqueas para un lado y para el otro tratando de no caer del banco, y la vida te depila la entrepierna sin previo aviso y con cera caliente (sepan que no me entusiasma depilarme), todo se va a la mierda.

Mientras caes del banco en cámara lenta, te das cuenta que estás hecha de miles de cubitos, algunos de hielo y otros de vaya a saber qué material, que empiezan a separarse mientras caes. Cuando llegás al piso estás bastante desarmada, algunas partes permanecen juntas acá y allá. Otras comienzan a derretirse. De golpe y porrazo, más porrazo que golpe, estás desorientada no sabés bien quién sos, no sabés nada.

No se trata de que hacés o dejas de hacer por vos o los demás, se trata de que se borraron partes tuyas que creías esenciales. Partes que te daban nombre y apellido, que te definían. Partes que te hacían hacer. Partes que te daban identidad. Entonces juntas los cubitos que aún quedan, hacés una pilita y te decís a vos misma: «podría ser peor», como para no tentar a Murphy.

En forma de pilita, mirás hacia arriba, al banco y a todos los equilibristas. ¿Me subo? Y yo qué sé.

MTL

Ayer a la noche me desvelé terriblemente, será que los perros ladraban como locos, pidiendo que me deje de dormir y me ponga a ladrar yo también. Pero no me levanté, el día fue demoledor y mi mente tiende a una oscuridad sin control, necesitaba dormir. Aún así, seguí corriendo como loca adentro de mi cráneo. Me sentía en una habitación completamente blanca y perfectamente semiesférica, con una puerta chiquita y blanca también, en algún lado. Corría a toda velocidad, desesperada, golpeándome contra las paredes sin ángulos visibles, tratando de encontrar la puerta de salida de ese cráneo, hacia algún abismo que le permita tomar cuerpo a esta perra desbocada en mi cerebro.

El momento de inspiración fue a la noche, una vez más le pegue dos o tres rebencazos y lo mandé a dormir. Así que lo que va a continuación es… lo que es, lo que quedó (esto es parte de mi síndrome del impostor supongo, no me quiero hacer cargo de mis limitaciones).

De manera fortuita (alguien diría que en realidad lo estaba buscando), presencié un espectáculo que profundiza mi ceño fruncido e incertidumbre. Vi un animal en extinción, luchando por mantenerse vivo, por seguir un poco más… negándose a mutar para sobrevivir. Imponiendo su realidad a una sociedad que por distintos motivos le dice «basta». Pero tal vez, todavía este a tiempo de cambiar su ADN.

El animal «es el que sabe», pero hace un tiempo quedó ciego y parte de supuestos sospechosos para sus acciones. Dice que «el alumno es vago», «que debería poner más onda», «que viene muy mal preparado», «que le falla algo», etc. Alguna parte de ese animal, por momentos logra ver al humano atrás del «alumno» y reconoce la frustración. Pero sólo sabe actuar de modo paternalista, como madre sobreprotectora, lo subestima. Flexibiliza para «ayudarlo», persigue (como padre que quiere que el hijo le salga doctor), invierte esfuerzo en «rescatar» al alumno de su falta de luz… de su error. Sin embargo, el animal esta ciego, no ve que está hundiéndose en un pozo fangoso, no ve que el alumno está afuera de ese pozo.

El animal insiste en estrategias que parten de una visión disociada. De un no reconocimiento de la realidad. De una no aceptación de que los tiempo cambiaron. De que los códigos y supuestos que lo respaldaban, cayeron a manos de la posmodernidad. Sus estrategias apuntan a reforzar la posición de error ajena, y (esto es lo que más me desvela), en ningún momento reconoce su propia falta (capaz algún destello, pero demasiado tímido para la urgencia de su situación). Insiste en batallar a los coletazos desde adentro del pozo. No propone la revolución que exige la realidad que nos sumerge.

En mi poco conocimiento de las ciencias sociales, y mi reducida observación del mundo, creo que una serie de hechos sociales configuró este barro en el que el animal se revuelca. Creo que la «lobotomía digital» generada en cierta población infantil, ahora adulta, apuró el proceso de evidenciar nuestras falencias docentes. Se descuidó a la familia y se fritó el cerebro de cientos de niños, bien alimentados tal vez, pero lobotomizados (ahora los pediatras y la OMS pide 0 pantalla a niños menores de 2 años, tarde píaste). Nuestra población tiene un nuevo tipo de desnutrición. Eso demanda de manera urgente una revolución educativa. Un MEA (de hacer pis) CULPA. Dejemos de lado nuestras vanidades y hagámonos cargos de nuestra disociada visión. Dejemos las profundidades de la academia a un lado, un ratito al menos (a no ser que estén por sucumbir la historia con su aporte, ahí tienen vía libre). Pensemos (ya que somos los que sabemos tanto), cómo ayudar a esta sociedad de verdad. Dejemos de mentir: «muy bien, promocionaste» dedos cruzados atrás de la espalda. La posmodernidad nos escupe en la cara, y nos va a seguir escupiendo, cambiemos el ADN, a nadie le importan nuestras estrellas en el traje. Mutemos. Aceptemos la crisis y trascendamos, o bien… dejemos de pelear y bienvenida la extinción.

 

MTL

El salto

Es increíble ser parte de este momento histórico de la humanidad. Habrá miles, o millones de historias como esta contadas hoy. Me abruma la emoción.

¿Qué fue lo que pasó?¿Qué cambió? Una vez más pienso: ¡qué poco sabemos! Ya puedo imaginar el sinnúmero de artículos científicos;la desesperación humana por explicar en una vida, lo que pasó hoy, 9 de septiembre del 2016. 

Son tantas las imágenes y el vértigo que me provocan, que aún habiendo pasado sólo un día, no puedo ubicar con claridad en qué momento preciso no solo vi, sino que hice carne y creí lo que estaba viendo. 

Creo que fue el hombre de la camisa a rayas, verde y blanca, sombrero beige, pantalón verde militar. Lo vi de espaldas, jamás vi su cara. Estaba  sentado tipo indiecito, flor de loto diría mi profesora de yoga. Avanzaba por el medio de la avenida, en un carril entre los autos, con la destreza de quien hace el mismo recorrido todos los días de su vida. A medio  metro del suelo, a unos 15km/h, vo-la-ba. El tipo volaba, y yo vi su espalda alejarse, mientras mi vista periférica comenzaba a incorporar esta nueva realidad. 

No todos eran el hombre de la camisa a rayas, muchos como yo observaban con los pies pegados al suelo. Sin atisbo de vuelo alguno. Pero otros, y esos fueron los que decoraban mejor la imágen, estaban aterrorizados. Había gente abrazada a las copas de los árboles (suerte que aún la primavera no irrumpió). Otros intentaban equilibrarse en una posición tipo superman, pero giraban sin control ante la primer rafaguita. Vi un hombre joven, agarrado a unas mayas de plástico que colgaban de un edificio en construcción, pidiendo a gritos que lo bajaran.

Sencillamente la humanidad comenzó a volar. No sé si todos, o sólo algunos. No quiero pensar las catástrofes sociales de semejante división (yo ya vi X-men). No sé en qué va, no pude identificar un patrón aún. Pero son muchos, y no todos tienen claro ni el cómo, ni el por qué. 

En cuanto a mí, luego de un ratito de observar el cuadro, empecé a sentir la angustia que me abriga cada vez que me doy cuenta de todo lo que me falta comprender, ¿y yo, podría volar? Cerré los ojos y comencé a recordar los sueños. ¡Tantos carreteos, tantos saltos tratando de despegar, tantas veces en que empezaba a perder altura y no podía remontar el vuelo! Y algunas pocas en las que planeaba feliz. Ahí estaba ayer, parada con los ojos apretados, sin despegar, recordando. 

Con miedo abrí los ojos, mire mis pies, en realidad mis zapatos. Con mucho desequilibrio me suspendí unos 30cm y caí al piso. Juro que pude. No he podido repetirlo… pero es solo cuestión de tiempo. 

MTL

Disociación

Se cumplía el tercer (o tal vez cuarto) mes desde la última gran indignación, esa que había dado origen a una carpeta con su nombre en la bandeja de entrada. El marcador en cero constituía la prueba fundamental de otra derrota. No por falta de correos que plasmaran su asfixiante pérdida de dignidad, sino por falta de lo necesario para dar lugar al caudillo.Leyó apretando los dientes otra vez, miró la hora y decidió salir a almorzar. Sacó cinco pesos del bolsillo, extendió la mano hacia el mendigo apostado en la entrada, y caminó sin rumbo claro.

MTL

Revaluación

Con la súbita claridad que jamás había sentido, sostuvo tenso frente a sus ojos aquel billete de dos pesos. Entonces comprendió, que aún quien nunca hubiese atinado a leer siquiera un folleto publicitario, se vería seducido por el azar, y leería aquella pequeña frase escrita en tan popular medio. Tomó la lapicera con la que tantas veces habría querido salvar el mundo, e inscribió en el billete la frase que daría inicio a su siguiente cruzada: «Hoy es un buen día para lograr un acuerdo». Murmurando la siguiente frase, billete en mano, caminó al kiosco a cambiarlo por caramelos.

Viva la kriptonita

Estuve tratando de adaptar la historia de Superman, mezclando un poco a Electra y a Luisa Lane; pensando en el «día del padre»; recuperando la fecha después de unos cuantos años de solo mirar al horizonte recordando. Años sin comprar medias, pijamas, pantuflas o calzoncillos de regalo. Acá va lo poco que logré redactar:

Ese día la práctica consistía en adaptar la historia de algún superhéroe a una situación o hecho de la vida cotidiana, bajo la premisa de que «la realidad supera a la ficción».
Los nombres fueron a sorteo; y a pesar de que ya tenía una idea para Guepardo (actual Wolverine), basada en una vecina de uñas prominentes y sensuales, el papelito indicaba: superman.
Definitivamente no era su superhéroe favorito; lo consideraba demasiado… ¿literal? Falto de imaginación como el helado de súper dulce de leche (rico pero poco creativo). La entrega estaba fijada para el domingo, por lo que sin chance a procrastinar demasiado, se puso en marcha… a prepararse unos mates.
Sin mucho análisis comenzó por la kriptonita, una opción era considerarla análoga al paso del paso del tiempo, que reduce a todo «superman» en sólo un «man». Pero con eso sólo, no tenía ni para llenar dos párrafos.
Así que para incomodar(se) un poco, y levantar la controversia, se preguntó: ¿Que tal si mezclamos a Electra y a Luisa Lane? Lex Luthor no sería otra cosa que un amigo sincero de Luisa Lane, tratando de acercarla a la verdad.

Y ahí desistí… no porque la idea me pareciera demasiado mala, yo quería contar cómo mi superhéroe se convirtió en sólo un hombre, nada más y nada menos. Pero los tiempos se ajustaron, y desistí. Luego me encontré esta cita, que según clama la web, pertenece a Mark Twain:

«When I was a boy of fourteen, my father was so ignorant I could hardly stand to have the old man around. But when I got to be twenty-one, I was astonished at how much the old man had learned in seven years.»

Algo así como:

«Cuando tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que apenas podía soportar estar cerca de él. Sin embargo, cuando llegué a los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años.»

Y a eso venía un poco con la kriptonita, el paso del tiempo, y las percepciones de las hijas sobre los padres. No hacía falta un cuento, pero Mark Twain hay uno. En algún punto de la vida, empieza la época del desengaño; en la que dejamos de poder volar en los brazos de nuestro superhéroe; en la que su súper mirada y fuerza no nos puede proteger de todos los supervillanos. En la que comenzamos a percibir, que no somos su único proyecto en la vida, que además existe un conjunto de sueños propios, de él y sólo de él, de los que no formamos parte. Y todo eso duele y enoja… un tiempo.

Con un poco de suerte, nuestro superhéroe vive lo suficiente como para que descubramos al hombre detrás de los anteojos (por favor… ¡anteojos!). Y de repente ese conjunto de sueños propios, esa aparente debilidad, esa evidente y palpable vulnerabilidad lo convierte en un humano, en un par y en un padre en un sentido más completo de la palabra. Aprendemos a respetar y querer sus sueños, que son en gran medida lo que lo define y nuestra mejor herencia. Atrás queda el resentimiento por no poder volar más en brazos.

Así que ¡Bienvenido al mundo de los superhéroes! Esperamos encontrarte una bata… digo capa, acorde a tus superpoderes.

Felíz día a los padres con sueños propios, los del mejor tipo.

MTL

Otoño inusual

Durante el día lo presintió en varias esquinas, aún cuando no lo viera, sabía que estaba ahí. De perpetrarse el hecho esa noche, porque los horrores suceden de noche, no sería su única víctima. Eso le molestaba, ser uno más, no ser siquiera una víctima importante, ni la primera ni la última, sólo una más. Estaba cansado de esperar un desenlace, los ecos amenazantes de su voz retumbaban en su oído. ¡Que llegara el fin por Dios! Aún cuando eso supusiera su derrota, deseaba el fin.

Llegó la noche, respiró hondo y se preparó. El calor y la humedad eran un mal presagio, transpiraba más de lo habitual. Se agazapó en la habitación donde dormía encendiendo una luz tenue; luz que no pensaba apagar durante toda la noche, tratando así de amplificar cualquier sombra que le permitiera aventajar a su victimario. Se metió en la cama llevando la sábana por debajo de la nariz; el arma descansaba en la siniestra, era lo único que descansaba en aquella habitación.

Creyó ver una onda en la estática configuración de las sombras, nada se escuchaba. De repente supo que estaba ahí, no era su imaginación, el sonido… su voz… estaba ahí. En un arranque de valentía, o desesperación, de un salto abandonó su cobarde posición y se paró sobre la cama, tambaleante por los resortes, con el arma temblando en su mano. El sudor le recorría las sienes. Arrancó el velador de su lugar y trató de iluminar cada rincón. Se dilataron sus pupilas y una certeza desesperante abrió sus manos, dejando caer el arma y el velador, que rebotó y se estrello en el piso dando paso a la oscuridad.

No pudo creer cuan estúpido había sido, no estaba sólo, eran al menos cinco, que más daban si eran seis, la sentencia era firme.

Se sentó en la cama vencido, se metió nuevamente bajo la sábana y se acurrucó en posición fetal. Esta vez la sábana oficiaría de mortaja y creyó apropiado cubrirse completamente. Escuchó el zumbido final y apretó los párpados. Su último pensamiento consciente fue que el día siguiente sería feriado y debería esperar para conseguir el aparato y las tabletas.

MTL